Autor: Douglas Starr, Periodista, Boston
Traducción: Andrea Sanguinetti
CALFIK
Edición: Patricio Levenzon
CALFIK
Marzo | 055-04-ACK-23
El psicólogo Saul Kassin ha demostrado cómo interrogatorios policiales pueden conducir a gente inocente a condenarse a sí misma.
A los 16 años, Huwe Burton confesó haber matado a su madre. Aún se encontraba en estado de shock luego de descubrir su cuerpo cuando la policía de Nueva York comenzó a interrogarlo. Después de 3 horas en las que fue amenazado y embaucado, le dijo a la policía lo que quería escuchar. Pronto se retractó, sabiendo que era inocente y esperando que el sistema judicial lo absolvería. No obstante, Burton fue declarado culpable de asesinato en segundo grado en 1991 y recibió una condena de 15 años a cadena perpetua.
Tras 20 años en prisión, quedó en libertad condicional, pero nunca pudo desprenderse del estigma de su condena. Abogados de diversas organizaciones trabajaron durante más de una década para liberarlo. Presentaron hechos que contradecían la confesión y evidencia de mala práctica en la administración penal por parte del ente persecutor. Sin embargo, para la Fiscalía del Distrito del Bronx, la confesión de Burton pesaba más que cualquier otra evidencia. Después de todo, ¿quién admitiría un crimen que no cometió? Finalmente, los abogados de Burton convocaron a Saul Kassin, psicólogo de John Jay College de Justicia Criminal de la ciudad de Nueva York y uno de los principales expertos en interrogatorio a nivel mundial.
Kassin explicó que las confesiones falsas no son algo excepcional. Más de 25% de las 365 personas absueltas en décadas recientes a través del Proyecto Inocencia (Innocense Project) sin fines de lucro había confesado el presunto delito. Con más de 30 años de experiencia, Kassin comentó al equipo legal cómo las técnicas de interrogación estándar combinan presiones psicológicas y vías de escape rápidas que fácilmente pueden hacer confesar a una persona inocente. Agregó que los jóvenes son particularmente vulnerables a confesar, en especial cuando se encuentran bajo estrés, cansados o traumatizados, como en el caso de Burton. La presentación de Kassin contribuyó a introducir a los fiscales en la emergente ciencia de la interrogación y falsa confesión. Seis meses más tarde, el juez Steven Barrett de la Corte Suprema del Bronx revocó la condena de Burton de tres décadas atrás, citando el trabajo de Kassin como el fundamento de su decisión.
Si bien muchas personas han sido absueltas de confesiones falsas desde que se incorporó la evidencia del ADN a las cortes de Estados Unidos, el caso de Burton fue el primero en que un individuo fue absuelto en base al análisis científico del proceso de interrogación. Es así que las confesiones están siendo cuestionadas como nunca antes, no sólo por los abogados defensores, sino también por los legisladores y algunos departamentos de policía, que están reexaminando su aproximación a la interrogación.
Kassin es parte de un grupo de científicos que ha dado un giro al conocimiento convencional de las confesiones y la percepción de la verdad. Sus experimentos, inteligentemente diseñados, han profundizado en la psicología que conduce a falsas confesiones. En trabajos recientes, ha demostrado cómo la confesión, sea verdadera o no, puede tener un efecto poderoso sobre los testigos e incluso sobre los examinadores forenses, determinando de este modo el juicio completo.
Las confesiones siempre han sido el indicador de oro de la culpa, aunque algunas han demostrado ser espectacularmente engañosas, como el caso de un hombre que en 1819 había admitido la comisión de un crimen y apenas se libró de morir en la horca cuando su supuesta víctima apareció viviendo en Nueva Jersey. La primera bandera roja científica provino de Hugo Münsterberg, un renombrado psicólogo de la Universidad de Harvard, quien en 1908 advirtió acerca de “confesiones falsas bajo el hechizo de poderosas influencias”. Pero fue sólo después de una serie de casos impactantes de fines de la década de 1980 y la introducción de la evidencia del ADN al sistema judicial que emergió una gran cantidad de condenas equivocadas y – con ello- cuán a menudo las confesiones falsas tuvieron participación.
En su postdoctorado, Kassin estudió la forma en que los jurados toman decisiones y quedó sorprendido del poder de la confesión para prácticamente garantizar un veredicto de culpabilidad. También se preguntó con qué frecuencia las confesiones eran genuinas, luego de interiorizarse de la técnica de interrogación de Reid, el método prácticamente universal que se enseña a las policías. Su manual de entrenamiento –ya en su quinta edición- fue publicado por primera vez en 1962 por John Reid, ex detective de Chicago y experto en detector de mentiras, y el profesor de leyes de la Universidad de Northwestern, Fred Inbau. Kassin quedó horrorizado y señaló que éste se igualaba a los estudios de obediencia realizados por Milgram, pero aún peor.
El método de interrogación de Reid comienza con un análisis de comportamiento, en el cual el oficial hace preguntas –algunas irrelevantes y otras provocativas- mientras observa posibles signos de engaño, como desviar la mirada, postura encorvada, brazos cruzados. Si se cree que el sospechoso está mintiendo, el investigador pasa a la segunda fase, en la que se intensifican las preguntas, acusándolo repetidamente, insistiendo en obtener detalles e ignorando todas las negaciones. Entretanto, el investigador brinda compasión y comprensión, minimizando la dimensión moral (pero no legal) del crimen y facilitando el camino hacia la confesión (ejemplo: “Esto nunca hubiera pasado si ella no se hubiera vestido de manera tan provocativa”).
Como se señaló previamente, la fase en la que una figura de autoridad ejerce presión psicológica recordó a Kassin los experimentos de Milgram, si bien en ese caso éste contaba con una persona para “dañar” a otra, mientras la técnica de Reid conduce a las personas a perjudicarse a sí mismas, admitiendo su culpabilidad. En cuanto a Milgram, cabe recordar que los participantes debían dar descargas eléctricas a otros cuando no aprendían las lecciones con suficiente rapidez. Los voluntarios, que ignoraban que los golpes eléctricos eran falsos, estaban perturbadoramente dispuestos a infligir dolor a otros si alguien con autoridad así se los ordenaba.
Al sospechar Kassin que la presión podía en ocasiones conducir a confesiones falsas, a comienzos de la década de 1990, decidió recrear la técnica de Reid en laboratorio con la participación de estudiantes voluntarios. Si bien nunca logró simular el nivel de trauma real con su experimento, muchos confesaron al enfrentarse a un testigo falso que señalaba haberlos visto cometer la acción en cuestión y otros llegaron a internalizar a tal nivel su culpa que se negaban a creerle a Kassin cuando les contó la verdad.
En su experimento, Kassin había incorporado variables basadas en las tácticas de interrogación policiales. En ocasiones, por ejemplo, la policía puede asegurar (sin ser cierto) que tiene testigos del crimen, haciendo dudar al sospechoso de su propia versión de los hechos (bajo la ley de EEUU, la policía tiene permitido mentir).
Uno de los ejemplos más impresionantes es el de Marty Tankleff, adolescente de Long Island, Estados Unidos, quien al ir a desayunar una mañana de 1988 encontró a sus padres apuñalados sobre el piso de la cocina. Su madre estaba moribunda y su padre, en coma. Los detectives pensaron que Tankleff no se mostraba lo suficientemente desconsolado, por lo que se convirtió en su principal sospechoso. Después de horas sin obtener resultados, un detective dijo haber llamado al padre al hospital y que éste había señalado a Tankleff como el autor del crimen (la verdad era que el padre murió sin recobrar nunca la consciencia). Conmocionado más allá de la razón, Tankleff confesó y pasó 19 años en prisión antes que los culpables fueran encontrados y él finalmente quedara en libertad.
Otra práctica consiste en decir al sospechoso que se está a la espera de nueva evidencia, potencialmente incriminatoria; por ejemplo, resultados de laboratorio de ADN de la escena del crimen. Se podría pensar que esto conduciría a una persona inocente a negar el crimen en forma más vehemente aún pues esperaría que los resultados lo absolvieran. No obstante, la posibilidad de nueva evidencia provoca efectos sorprendentes pues algunos han confesado sólo para salir de esa situación tan estresante, confiando que la evidencia finalmente los liberará. En consecuencia, confiar en la propia inocencia y tener fe en el sistema judicial pueden constituir en sí mismos factores de riesgo.
Si bien cientistas sociales a nivel mundial han repetido variaciones de los experimentos de Kassin con similares resultados, algunos han cuestionado sus hallazgos dado que los “crímenes” por los que han sido acusados sus participantes pudieron haber sido simples actos de descuido, cometidos sin intención y confesar no implicaba ninguna consecuencia seria. Asimismo, se argumenta que no se utilizaron interrogadores profesionales.
Joseph Buckley, Presidente de John E. Reid & Associates Inc. en Chicago, quien registró la propiedad intelectual de la técnica Reid a comienzos de la década de 1960, señaló que las confesiones falsas se producen sólo cuando los interrogadores no respetan rigurosamente los procedimientos. Igualmente, indicó que esta técnica no pretende forzar una confesión, sino “crear un ambiente que facilite que un individuo diga la verdad”.
Otros investigadores han realizado experimentos que ratifican los resultados de Kassin. Es así que la psicóloga social, Melissa Russano de la Universidad Roger Williams en Bristol, Rhode Island, llegó a la conclusión que los interrogatorios acusatorios a menudo conducen a falsas confesiones y que la técnica de “minimización” efectivamente reduce la barrera emocional para confesar. De este modo, de acuerdo a sus estudios, frases como “probablemente no te diste cuenta de lo grave que era”, aumentaron el índice de falsas confesiones en un 35%.
Por su parte, Gísli Guðjónsson, ex detective de Islandia que se convirtió en un eminente psicólogo en Londres, ha demostrado cómo algunos individuos son especialmente vulnerables a esa presión. Factores como la discapacidad mental, juventud y adicción a substancias provocan que las personas duden con mayor rapidez de su propia memoria y, bajo presión, confiesen.
Asimismo, en la Universidad de California, otros profesionales han descrito las confesiones “bajo persuasión”, en las cuales el sospechoso, agotado luego de horas de interrogatorio, entra en un estado de fuga y comienza a creer en su propia culpabilidad. Esta situación se observa especialmente en adolescentes, quienes son más impresionables y a la vez susceptibles de ser intimidados por la autoridad.
Kassin señala: “No existe un único tipo de persona que pueda dar una confesión falsa. Puede ocurrirle a cualquiera”.
Barry Laughman, un hombre con la mentalidad de un niño de 10 años, en 1987 confesó haber violado y asesinado a una vecina de avanzada edad, después que la policía falsamente le dijera que habían encontrado sus huellas dactilares en la escena del crimen. Luego de su confesión, la policía desestimó toda otra evidencia. A los vecinos que habían proporcionado coartadas en favor de Laughman se les dijo que debían estar equivocados. Su sangre era tipo B y el único tipo de sangre en la escena era tipo A. Fue entonces que el experto forense planteó una novedosa teoría: la degradación bacteriana podría haber cambiado el tipo de sangre de B a A. Laughman pasó 16 años en la cárcel hasta que la evidencia de ADN finalmente lo exculpó (más tarde Kassin testificó cuando Laughman demandó al Estado).
Para Kassin, el caso de Laughman demuestra que la confesión no sólo se impone sobre el resto de la evidencia, sino que también la puede corromper. Después de una confesión, los individuos se retractan de las coartadas, los testigos cambian las historias, la policía ignora evidencia exculpatoria y los científicos forenses reinterpretan el material disponible. Por ejemplo, en el caso de Huwe Burton señalado al inicio, la policía había atrapado a un vecino con un historial de violencia, conduciendo el auto robado de la madre muerta, sin embargo no lo consideraron sospechoso porque Burton había confesado.
En el año 2012, Kassin y sus colegas publicaron un análisis de 59 casos de confesiones falsas, de los cuales 49 también involucraban otros errores, por ejemplo relativos a testigos oculares y al área forense; una proporción mucho más alta que en casos sin presencia de confesiones. En 30 de ellos, la confesión fue la primera evidencia recolectada. En otras palabras, una vez que la policía tuvo la confesión, el resto de la evidencia se alineó para sustentarla. Incluso cuando las confesiones han resultado ser falsas, las cortes de apelaciones han dictaminado que toda la demás evidencia era suficientemente sólida para confirmar la condena. “Las cortes omitieron por completo el hecho que el resto de la evidencia estaba viciada”, señaló Kassin.
Otros grupos han demostrado en forma experimental cómo el relato puede modelar la evidencia forense. Un ejemplo impactante ocurrió en 2011 cuando el psicólogo del Reino Unido, Itiel Dror y el experto en ADN de Estados Unidos, Greg Hampikian, pusieron a prueba a las personas que menos se esperaría podrían presentar sesgo: especialistas en ADN. Dror y Kampikian obtuvieron resultados impresos de ADN de un caso de violación en el cual un hombre fue encontrado culpable. A los analistas genéticos originales se les había dicho que la policía tenía un sospechoso en prisión preventiva; los expertos forenses luego determinaron que el ADN del sospechoso correspondía a la muestra de la escena del crimen. A objeto de verificar si estar en conocimiento del arresto habría causado el sesgo, Dror y Hampikian entregaron las impresiones a 17 expertos sin ninguna conexión con el caso y no mencionaron nada respecto del sospechoso. Sólo uno de ellos encontró correspondencia entre el ADN del sospechoso y la muestra del crimen. Estos hallazgos sustentan la idea cada vez más generalizada que la ciencia forense debería ser “ciega”, es decir, aplicada sin ningún conocimiento acerca de los sospechosos.
En ocasiones una confesión puede invalidar incluso evidencia legítima de ADN. En el caso denominado “los cinco de Central Park” (“Central Park Five”), dramatizado en una serie de Netflix, en 1989, luego de extensos interrogatorios, cinco adolescentes confesaron haber golpeado brutalmente y violado a una joven que trotaba en la ciudad de Nueva York. Los jóvenes prontamente se retractaron y ninguna evidencia de ADN obtenida de la víctima concordaba con el perfil genético de los acusados. A pesar de ello, fueron todos condenados luego que la fiscal diera explicaciones para atenuar la contradicción. Esta presentó la teoría que un sexto cómplice no identificado también había violado a la víctima y había sido el único en eyacular. (La teoría del “co-eyaculador no acusado” se ha utilizado igualmente en otras condenas injustas). Trece años después, el hombre cuyo ADN correspondía a la muestra (un violador y asesino en serie condenado, que cumple cadena perpetua) confesó que sólo él había cometido el crimen.
¿Cómo pudo ocurrir una injusticia así? Kassin publicó un estudio en 2016, en el cual replicó experimentalmente la situación con jurados simulados. Al plantearles una simple elección entre una confesión y pruebas de ADN, las personas escogieron el ADN. No obstante, al presentar el fiscal una teoría acerca de por qué el ADN contradecía la confesión, los jurados mayoritariamente se inclinaron por la confesión. Esto revela el poder del relato para influir sobre un fallo, señala Kassin.
En el año 2009, Kassin junto a varios colegas de Estados Unidos y el Reino Unido redactaron un informe (White Paper) de la Asociación de Psicología de Estados Unidos, en el cual sugirieron una serie de reformas relativas a los interrogatorios, como por ejemplo, prohibir que la policía mienta, limitar los tiempos de los interrogatorios, grabar todos ellos de principio a fin y eliminar el uso de la minimización. También hicieron mención a lo inherentemente dañina que resultaba la práctica de buscar confesiones y, por ende, la necesidad de reconceptualizarla por completo.
Un modelo vino de Inglaterra, donde la policía eliminó la interrogación estilo Reid a comienzos de los 90, luego de varios escándalos de condenas erróneas. En la actualidad, se utiliza un sistema diseñado para identificar el engaño no en base a signos visibles de estrés emocional, sino a la “carga cognitiva” que puede conducir a quienes mienten a cometer un error mientras intentan mantener sus historias coherentes. La policía inglesa aplica el tipo de entrevistas abiertas que podrían ser usadas por periodistas y se insta a sus miembros a no ir en busca de confesiones. Otros países, incluyendo Nueva Zelanda y Australia, junto a parte de Canadá, han adoptado este nuevo método y también se están grabando los interrogatorios completos en favor de la transparencia del proceso, algo que al menos 25 estados de Estados Unidos igualmente han incorporado.
Luego de dirigirse a un grupo de 40 fiscales de distrito de Estados Unidos, que hasta hace un tiempo podrían haber estado algo reticentes a su mensaje, pero ahora muestran interés en aprender para evitar condenas erróneas, Kassin señaló: “mi punto con los fiscales es que serán engañados, confesiones que parecen reales podrán efectivamente ser falsas, incluso si son corroboradas por informantes y la ciencia forense”. Y agregó: “lo importante es transmitirles que es preciso que se activen las alarmas cuando se enfrenten a un caso de confesión”.